28/7/11

"Pibe".


Me senté a tomar algo en un bar de Saavedra. Estaba respirando en paz después de mucho, mucho tiempo.
Un pibe se me acercó y me pidió una moneda. Le di lo que tenía, casi nada. Me agradeció y me preguntó de donde venía, ya que nunca me había visto por allí. Le dije que mi infancia y parte de mi adolescencia habían transcurrido en ese barrio, pero un día todo cambió y las miserias se me hicieron carne.
Él me dijo que también tenía sus miserias, pero que pronto todo eso iba a cambiar porque un amigo le iba a presentar a un tipo que le iba a conseguir una “buena” que lo sacaría de toda esta malaria.
Lo invité a sentarse a mi mesa, le dije que quería contarle una historia. Me miró con cara de asombro pero aceptó.
Por la ventana del bar le señalé la plaza que estaba enfrente y le dije que ahí mismo había cambiado mi vida.
“... una tarde de agosto a fines de los setenta, con un amigo conocimos a un tal Eduardo, un tipo de unos treinta y cinco años con cara de haberlas vivido todas, cosa que para nosotros que para esa época andábamos por los quince años, era como ver a Dios.
El tipo nos contaba sobre sus aventuras con las minas, la noche, las tardes de burros en Palermo o San Isidro, la suerte que tenía en la vida ya que todos esos lujos los lograba con muy poco esfuerzo.
Nos intrigaba verlo casi todo el día paseando o tomando sol.
Durante un tiempo entablamos largas charlas y nos fue conociendo.
Un día Jorge, un compinche mío, le preguntó directamente cómo podía vivir tan bien si casi nunca trabajaba.
Al principio el tipo dudó si respondía o no la pregunta, pero después de unos segundos nos comentó: “... mi negocio es llevar paquetes durante la noche a ciertos lugares, sin preguntar qué ni a quién.”
Siguió diciendo que ya no daba abasto él solo y que necesitaba ayudantes. No éramos tan ingenuos como para no saber de qué se trataba, pero él insistía con que era muy fácil, que estaba bancado por un “Coronel” el cual lo sacaba de cualquier problema que pudiera surgir
Yo le dije que no me animaba, pero Jorge agarró viaje enseguida.
Pasado un tiempo poco se lo veía a Jorge por el barrio.
Del tipo ni noticias.
Un día apareció Jorge manejando un auto. Le preguntamos que de dónde lo había sacado, que si no tenía miedo de que la cana lo parase por ser menor. Nos dijo que todo estaba bien, que ahora el “Coronel” lo bancaba a él.
Ricardo, otro amigo de la barra, le preguntó que quién era el “Coronel” y Jorge comenzó a contarle.
A los pocos días Ricardo ya trabajaba para Jorge.
Un tiempo después varios compinches del barrio trabajaban para el “Coronel”.
Yo seguía teniendo mucho miedo, pero los demás me decían que estaba “todo bien”, que la plata y las minas que tenían era para no desaprovechar la volada, ya que la vida te da pocas oportunidades, por qué desperdiciarlas.
Dos semanas después también yo comencé a tener plata en los bolsillos gracias al “Coronel”.
El trabajo era demasiado fácil. Llevar un paquete allá, otro más acá.
Un día empezamos a probar lo que había dentro de los paquetes.
Al poco tiempo los paquetes empezaron a “perder” parte de su contenido. Al principio un poquito, después un poquito más.
Una noche el “Coronel” nos dijo que nos esperaba a todos en un depósito fuera de la ciudad, según él, porque había que hacer una entrega muy grande.
Cuando llegamos al lugar había  muchos coches estacionados en las inmediaciones. Esto nos hizo dudar, pero Jorge nos dijo que nos dejásemos de joder, que quién nos iba a tocar si el “Coronel” nos estaba bancando.
En el momento de entrar al depósito una jauría de policías se nos tiró encima. Detrás de ellos apareció el “Coronel”. Jorge y Ricardo quisieron escapar pero los acribillaron a balazos. Los otros cuatro que estabamos ahí nos quedamos estáticos, como muertos.
El “Coronel” se acercó y nos dijo que habíamos sido unos chicos “muy malos”, que por eso tendríamos que pagar, sin embargo, nos iba a salir más barato que a nuestros compañeros muertos.
Nos llevaron al Departamento de Policía.
Nos ficharon y nos acusaron de homicidio y tráfico de estupefacientes.
Nos sentenciaron a dieciocho años de cárcel.
Carlos se suicidó siete meses después.
Javier salió a los doce años de condena, por buena conducta.
Raúl murió hace dos años de SIDA, sin haber visto la calle desde aquella trágica noche.
Yo salí ayer, después de catorce años, tres meses y diecisiete días de estar encerrado en ese infierno.
Por eso, después de contarle la historia, le comenté: “...Pibe, cuidate de los que te quieren sacar fácil de la malaria, te lo dice un gil que un día creyó ver a Dios, en un tipo de treinta y pico de años.
       

1 comentario:

  1. me encanto este blog y el espacio para poder pensar y reflexionar. hace poco fui a comprarme a Recoleta libros de todo tiempo por lo que estoy encantada con la lectura.

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